Las leyes de hierro del poder
Vilfredo Pareto afirmaba que la desigualdad es una realidad inevitable en todas las sociedades, siendo las élites necesarias para mantener el orden y el progreso
Las contribuciones de Italia al pensamiento político y social son incomparables, abarcan siglos y moldearon el curso de la civilización occidental. Nombres como Dante Alighieri, Nicolás Maquiavelo y Giambattista Vico resuenan en los anales de la civilización occidental, y su brillo se mantuvo intacto hasta la era moderna. El siglo XX encontró a los italianos dando forma a la teoría política con una visión penetrante. Gaetano Mosca reveló la mecánica del dominio oligárquico, Roberto Michels diseccionó la dinámica interna de los partidos políticos, Corrado Gini exploró leyes sociobiológicas y Scipio Sighele se adentró en la psicología del crimen y las multitudes. En este distinguido panteón se encuentra Vilfredo Pareto, cuya influencia es tan duradera que se dice que la historia de la sociología no se puede escribir sin mencionarlo.
Su legado trasciende los claustros académicos. Pareto es una figura central en una de las tradiciones intelectuales más significativas, aunque reprimidas y relativamente desconocidas, de Europa, una corriente de pensamiento que desafía las ortodoxias del racionalismo, el liberalismo y el igualitarismo. Figuras como Hippolyte Taine, Jacob Burckhardt, Juan Donoso Cortés, Friedrich Nietzsche y Oswald Spengler fueron exponentes de un rechazo compartido a la Ilustración, en cuanto esta eleva dogmas abstractos por encima de las verdades atemporales arraigadas en la historia y el espíritu. Cada uno, a su manera, desafió las corrientes ideológicas que han dado forma y acelerado la decadencia del mundo moderno.
Pareto es ampliamente conocido por el Principio de Pareto, o la regla 80/20, que sostiene que un pequeño número de causas a menudo explica una gran parte de los efectos. Pareto observó inicialmente este patrón en la distribución de la riqueza, señalando que el 80% de la riqueza de una nación estaba típicamente controlada por el 20% de la población. Este principio se ha aplicado desde entonces en varios campos, ilustrando cómo una minoría productiva a menudo impulsa la mayoría de los resultados, mientras que el 80% restante contribuye mucho menos a los resultados generales. Sin embargo, este principio es solo un fragmento de una visión intelectual mucho más vasta. Pareto buscó exponer los patrones subyacentes del comportamiento humano, el equilibrio social y la incesante competencia por el poder. Su relevancia perdurable radica en su capacidad para exponer estas dinámicas ocultas, asegurando su lugar entre las figuras más imponentes de una tradición de pensamiento descartada por la ortodoxia moderna.
(Omitimos aquí un breve apartado biográfico que se encuentra en el original)
Contra el liberalismo y el marxismo
Pareto fue un adversario implacable del marxismo y del igualitarismo liberal. En 1902, publicó "Los sistemas socialistas", una crítica devastadora a estas doctrinas entrelazadas. Esta obra, que lamentablemente no ha sido traducida a muchos idiomas, desmantela los supuestos principales de lo que se ha convertido hoy día en la visión del mundo hegemónica. En sus páginas, Pareto advirtió sobre el colapso interno que espera a cualquier élite gobernante corrompida por el sentimentalismo. Observó: “Un signo de decadencia aristocrática es la intrusión del sentimentalismo humanitario. El hombre fuerte ataca solo cuando es necesario; nada lo detiene. Trajano era fuerte, no violento. Calígula era violento, no fuerte”. Con esta clara distinción entre violencia y fuerza, señaló que las élites degeneradas a menudo recurren a la brutalidad sin sentido después de perder la fuerza interior para mantener su gobierno a través de la fuerza disciplinada.
Para Pareto, el destino de las civilizaciones dependía de la voluntad de defenderse y afirmarse en un mundo implacable. Escribió que las sociedades incapaces de derramar sangre en su propia defensa caerían inevitablemente presas de las menos contenidas. La historia, a sus ojos, no ofrecía ilusiones de progreso impulsadas por la compasión. El propio globo llevaba las cicatrices de las conquistas ganadas con la espada, y no había territorio que no hubiera sido tocado por la dura ley del poder. Si los europeos habían subyugado a África, fue sólo porque poseían una fuerza superior. Si los papeles se hubieran invertido, habría sido África la que habría dividido a Europa.
Las reflexiones de Pareto guardan cierta similitud con las advertencias de Spengler sobre la decadencia de la civilización. Para él, el humanitarismo no era una virtud, sino un síntoma de decadencia. Relató cómo la aristocracia francesa, embriagada por su “sensibilidad” autocomplaciente en los años previos a la Revolución, se vio destrozada por la guillotina. El mismo destino, sostenía Pareto, aguardaba a cualquier clase dirigente que abdicara de su papel de guardiana de su civilización.
El núcleo de la crítica de Pareto se extendía más allá de la decadencia aristocrática y abarcaba las ilusiones propagadas por el marxismo. Si bien reconocía que la lucha de clases es un tema recurrente a lo largo de la historia, rechazaba el dualismo simplista de proletario versus capitalista. En cambio, sostenía que la historia está marcada por una competencia interminable entre una miríada de grupos, cada uno de ellos luchando en pos del poder. En algunas sociedades, esta división puede manifestarse a través de la clase; en otras, puede basarse en la raza, la religión o la nacionalidad. Pareto señaló, por ejemplo, que el conflicto étnico entre checos y alemanes en la Bohemia de principios del siglo XX fue mucho más intenso que cualquier conflicto laboral en Inglaterra.
A los ojos de Pareto, el marxismo no era un desafío revolucionario al poder, sino un intento de sustituir a una élite por otra. Sin embargo, la visión marxista de un futuro utópico –un paraíso sin clases– era para él un espejismo peligroso. Porque observaba cómo cada nueva generación de revolucionarios denunciaba los fracasos de los movimientos anteriores y proclamaba que los suyos eran el verdadero camino hacia la salvación. Sin embargo, la prometida edad de oro seguía estando siempre fuera de alcance, como los sueños milenaristas de épocas pasadas.
Este análisis del socialismo como un ciclo recurrente de alteración de élites caló hondo, tanto que el historiador H. Stuart Hughes informó que le dio a Lenin “muchas noches de insomnio”. Pareto vio el futuro con claridad: las consignas de igualdad y emancipación no eran más que máscaras que ocultaban la eterna lucha por el dominio. La naturaleza humana, creía él, permanecía inalterada, gobernada no por la razón, sino por el instinto y el sentimiento, atrapada para siempre en la batalla por el poder y la supervivencia.
Los residuos del poder y los sentimientos de la civilización
La teoría más profunda y provocadora de Pareto afirma que la conducta humana no está impulsada por la razón sino por impulsos instintivos profundamente arraigados. En Los sistemas socialistas y, más detalladamente en su Tratado de sociología general, diseccionó estos impulsos y los clasificó en seis grupos fundamentales que denominó "residuos". Estos residuos, afirmó, son universales e inmutables, ya que la naturaleza política del hombre no es perfectible, sino que permanece constante a través del tiempo.
El primero, la clase I, representa el “instinto de combinación”, un impulso hacia la innovación, la experimentación y la aventura. Este residuo es el sello distintivo de la mente progresista, incansable en su búsqueda de novedad. En contraposición a este está la clase II, la “preservación de los agregados”, que encarna el impulso conservador de salvaguardar instituciones como la familia, la religión y la nación. Este impulso ancla a los seres humanos a la tradición, la permanencia y la estabilidad.
Pareto identificó además la Clase III como la expresión de valores fundamentales a través del ritual y el simbolismo. Las ceremonias patrióticas, los sacramentos religiosos e incluso los desfiles militares ejemplifican este residuo, subrayando la necesidad de la humanidad de una representación simbólica de sus creencias internas. La Clase IV se refiere a la cohesión social a través de la disciplina y la jerarquía. Se manifiesta en actos de autosacrificio por el colectivo, reforzando la estructura de una sociedad bien ordenada. La Clase V implica el mantenimiento de la integridad, tanto personal como social: las leyes y normas que salvaguardan la propiedad y la reputación surgen de este residuo. Por último, la Clase VI aborda el instinto sexual, que colorea las percepciones y el comportamiento humanos en la esfera social.
En su análisis del poder, Pareto da particular importancia a la interacción entre la Clase I y la Clase II: la lucha entre la innovación y la consolidación. Su discípulo, James Burnham, atribuyó esta dualidad a la división de los hombres en zorros y leones que hizo Maquiavelo. Los zorros, que corresponden a la Clase I, son astutos, oportunistas y adaptables. Prosperan en el engaño, la manipulación y las actividades intelectuales. Los leones, la encarnación de la Clase II, son decididos, disciplinados y leales. Defienden la tradición y el orden, a menudo mediante la fuerza directa.
Pareto demostró esta dinámica a través de ejemplos históricos. El káiser Guillermo I y Otto von Bismarck ejemplificaron la asociación ideal del león y el zorro. El conservadurismo y el sentido del deber de Guillermo complementaron la astucia estratégica de Bismarck, lo que permitió a Prusia dominar los asuntos europeos. (...)
Pareto observó que para racionalizar sus acciones impulsadas por las emociones, las personas elaboran justificaciones aparentemente lógicas, lo que él llamó derivaciones. Estas adoptan diversas formas, incluidas las afirmaciones dogmáticas, las apelaciones a la tradición, las creencias populares y los recursos retóricos. Tales derivaciones sirven como fachadas intelectuales para motivos instintivos más profundos. Al exponer esta realidad, Pareto lanzó un desafío directo a las pretensiones racionalistas de la ideología liberal, revelando las fuerzas primarias en el corazón de la vida política.
Para Pareto, estos residuos y derivaciones mantienen el equilibrio de la sociedad. Sin embargo, los desequilibrios surgen cuando la clase dominante pierde contacto con el orden natural. En Italia y Francia, lamentó el predominio de los zorros, cuya obsesión por la negociación, el lucro y la abstracción intelectual había debilitado la capacidad del Estado para actuar decisivamente. Las sociedades bajo ese liderazgo evitan la fuerza en favor de un compromiso interminable, lo que las deja vulnerables al colapso.
La crítica de Pareto al equívoco humanitarista se extendió a la justicia penal, donde veía la indulgencia hacia los delincuentes como un signo de decadencia social. Se burlaba de los esfuerzos modernos por excusar la conducta criminal invocando la herencia, las circunstancias sociales o la culpa colectiva. Cuestionaba la noción de que individuos inocentes debían soportar la carga por los supuestos fallos de la “sociedad”, argumentando en cambio a favor de la necesidad de un castigo estricto. Para Pareto, esa indulgencia señalaba la decadencia de una civilización que había abandonado su instinto de autopreservación.
La dinámica del poder: élites, equilibrio y destino político
En materia de política exterior, Pareto observó que las sociedades dominadas por zorros priorizan el comercio y la diplomacia, a menudo en detrimento de ellos mismos. Guiados por cálculos de ganancias y pérdidas, estos líderes confían en la negociación, suponiendo que la razón y los incentivos económicos pueden resolver todos los conflictos. Esta mentalidad conduce a la ruina cuando se enfrenta a adversarios que equilibran la astucia con la fuerza. Una nación gobernada por zorros puede lograr una seguridad temporal mediante el engaño y el apaciguamiento, pero, en palabras de Pareto, “el zorro puede, con su astucia, escapar durante un cierto tiempo, pero puede llegar el día en que el león lo alcance con un puñetazo bien dirigido, y ese será el fin de la discusión”.
La contribución más famosa de Pareto a la sociología política es su teoría de la “circulación de las élites”. Sostuvo que el equilibrio social se basa en un cambio cíclico entre los especuladores (innovadores propensos a la inestabilidad) y los rentistas, que enfatizan el orden y la continuidad. Los especuladores, caracterizados por los residuos de la Clase I, son innovadores y tomadores de riesgos, rápidos para adaptarse pero propensos a la corrupción y la inestabilidad. Los rentistas, que encarnan los residuos de la Clase II, son conservadores que valoran la estabilidad, la tradición y el orden. Con el tiempo, los regímenes dominados por los especuladores tienden hacia la decadencia y el escándalo, lo que impulsa el regreso de las fuerzas rentistas para restablecer el equilibrio. Pareto sostuvo que este cambio cíclico entre los tipos de élite dominante es un mecanismo natural para mantener la estabilidad en todas las sociedades perdurables.
Pareto observó que un elemento crucial de la estabilidad de la élite es la capacidad de integrar a individuos excepcionales de los estratos más bajos. Esta elevación selectiva del talento y la ambición tiene un doble propósito: reponer la vitalidad de la élite y privar a las masas de líderes revolucionarios potenciales. Un grupo dominante sobrevive sólo si sigue siendo meritocrático e inflexible en su defensa del privilegio. En cambio, las élites que sucumben al sentimentalismo humanitario y abandonan el uso de la fuerza se debilitan, dejando el camino abierto para su derrocamiento. Pareto resumió esta decadencia con una sombría contundencia: “La historia es un cementerio de aristocracias”.
El desprecio de Pareto por el gobierno democrático de Italia, sumido en la corrupción y controlado por especuladores interesados, lo llevó a apoyar la toma del poder por parte de los fascistas en 1922. Se dice que, desde su lecho de enfermo, exclamó: “¡Se los dije!”, tras haber predicho durante mucho tiempo que una élite disciplinada y enérgica se alzaría para desplazar a la clase política ineficaz que paralizaba a la nación. Mussolini, ex alumno de Pareto en Lausana, reconoció más tarde cómo las enseñanzas de Pareto habían influido en su visión del mundo.
Mussolini y sus asesores se basaron en gran medida en las teorías de Pareto sobre la circulación de las élites y el equilibrio social para dar forma a la política fascista inicial. Consideraban que el gobierno liberal era un sistema socavado por oportunistas y buscadores de rentas y aplicaron las ideas de Pareto para desmantelar estas instituciones, reemplazándolas por un liderazgo basado en la disciplina y el mérito. Las ideas de Pareto sobre la naturaleza cíclica de las transiciones de poder subrayaron la necesidad de una renovación continua de la clase dominante para mantener la estabilidad nacional. Guiado por este marco, el régimen priorizó el avance industrial, la jerarquía social y la elevación de líderes capaces de diversos orígenes sociales. Estas reformas tenían como objetivo asegurar la fortaleza y la resiliencia de Italia a largo plazo en un mundo cada vez más competitivo y volátil.
A pesar de su alineamiento con ciertas políticas fascistas, Pareto nunca se unió al partido ni abrazó plenamente sus doctrinas. Siguió siendo crítico del excesivo control estatal y de las restricciones a la libertad intelectual. El escepticismo de Pareto hacia todos los regímenes reflejaba su desconfianza más amplia hacia los sistemas ideológicos rígidos. El propio Mussolini se hizo eco de este pragmatismo, afirmando que “todo sistema es un error y toda teoría una prisión”. El fascismo, en su concepción inicial, trató de encarnar esta fluidez, guiado por el principio de la búsqueda incesante en lugar del dogma estático.
El legado intelectual de Pareto trascendió el colapso del régimen fascista. A pesar de la devastación de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación aliada de Italia, sus obras siguen inspirando debates entre pensadores serios. Su análisis penetrante del comportamiento humano, la dinámica de las élites y el equilibrio social sigue siendo tan relevante como siempre, un testimonio de la influencia duradera de su pensamiento.
Traducción del Instituto Trasímaco (institutotrasimaco.substack.com). Se alienta su difusión citando la fuente. Artículo en idioma original:
Gran post, che. Felicitaciones.