El Mileísmo, o la necesidad de una libertad soberana
“¿Todavía bancan al Javo?”, nos preguntaron en abril algunos lectores. Meses después volvemos sobre nuestra respuesta para hacer un nuevo balance y ratificar nuestra posición.
En el Instituto Trasímaco estamos formados en la Konservative Revolution alemana y en la Nouvelle Droite francesa, es decir, somos nietzscheanos de derecha que en relación a la política sostenemos una mirada pragmática fundada en la revalorización de los sofistas, de Maquiavelo, de Carl Schmit y de los modernos teóricos de la escuela realista de las Relaciones Internacionales. Teniendo esto en cuenta, en abstracto no podríamos congeniar con el liberalismo de café y mucho menos con posiciones anarquistas de cuño romántico, basadas en el individualismo metodológico. En especial, rechazamos el economicismo, sea de izquierda o de derecha. No creemos en los mitos del así llamado “mundo libre” y consideramos que si quisiera ser libre debería imitar a las denostadas potencias autocráticas con que se enfrenta.
Teniendo en cuenta este brevísimo perfil, y si se quisiera hacer una lectura lineal y abstracta, no deberíamos haber votado ni apoyar este gobierno. Pero en buena medida el realismo filosófico político que practicamos consiste en analizar la política no desde el discurso o la ideología, sino desde la práctica, que por sí sola se encuentra tramada por cuestiones culturales y existenciales de fondo. La práctica política no recibe su significación del relato con que se justifica, sino de la estructura polémica en que se inserta, en tanto es esencialmente lucha por el poder. Más que las ideas que imagina defender, nos interesa especialmente qué tipo humano promueve y a qué grupo beneficia cada facción en contienda. De ello se desprende un horizonte de expectativas particular, en el cual nuestra comunidad proyecta sus objetivos vitales. De una evaluación detenida de estos aspectos, uno toma, finalmente, una postura que no deja por ello de tener calidad de apuesta.
Muy brevemente, podemos adelantar que todas las consideraciones hechas en este sitio el año pasado, respecto del rol positivo de las nuevas derechas frente a la hegemonía globalista, y desde el punto de vista del interés nacional, siguen vigentes. Y en nuestro país, pese a las contradicciones, desafíos y obstáculos que encuentra la alianza gobernante, observamos que esta ha superado con creces las expectativas que teníamos hace unos meses. Quizá una historia de fracasos y medias tintas por parte de la política local nos condicionó a no esperar demasiado.
Breve caracterización funcional del gobierno Mileísta
La función práctica principal de este gobierno, de algún modo reflejada en su condición ideológica, es “liberadora”. En efecto, el concepto de libertad que maneja el hoy Presidente es el de la libertad negativa, que refiere al ser libre de algo sin especificar el “para qué”, es decir, lo que debiera elegir cada uno en cada caso. Mientras que en teoría podríamos discrepar con una consideración tal, por abrirle la puerta a la posibilidad de la decadencia, en la práctica nos resulta positiva porque tenemos la necesidad de sacarnos de encima el estado de cosas vigente en nuestro país y en Occidente, consistente en la imposición de la decadencia desde el Estado y los centros de poder transnacionales.
A diferencia del siglo XVIII cuando todavía existían cosas relativamente sanas en el mundo occidental, hoy no queda nada por conservar y el liberalismo de (algunas de) las nuevas derechas cumple una función conservadora-revolucionaria, valga la paradoja, en tanto corroe las vigas del aparato de Estado progresista que (también liberal en sus fundamentos teóricos) adquirió una dinámica crecientemente totalitaria en su deriva woke.
Breve caracterización funcional del partido del Estado
A nivel local, si lo pensamos bien, el progre-peronismo ya tenía respuestas (importadas) para todos nuestros “para qué”, aplicando estas a lo que debemos comer, a cómo debemos relacionarnos sexual y amorosamente, a cómo debemos educar a nuestros hijos, a cómo tenemos que tratar un resfriado, a cómo debemos hablar y escribir, a qué víctimas debiéramos recordar, y subsidiar, etc. En torno a cada una de estas “respuestas” pavlovianas inducidas por el Poder se montaron diferentes terminales institucionales, que adoptaron gradualmente la forma que exigían nuestros acreedores y los organismos internacionales para habilitar nuevas rondas de endeudamiento. Lo llamaron “El Estado presente”. En términos fusarianos, se configuró como una suerte de neofeudalismo, en cuya cúspide se encuentra el capital financiero global que otorga y retira financiamiento (premios y castigos) en función de la obediencia prestada por los súbditos, y de sus propios objetivos. Desfinanciar, achicar, paralizar o directamente eliminar elementos de importancia cultural estratégica de este Estado, diseñado para oficiar cómo Estado de ocupación, es un hecho positivo que merece ser saludado.
Breve caracterización funcional del enemigo globalista
No ocultaremos, sin embargo, que la cadena principal que sujeta el aparato de Estado a ciertas correas de transmisión ideológicas y a políticas públicas globalistas es la deuda pública, dicho de otra forma, la usura. ¿Qué es la usura? Toda renta obtenida sin trabajo: es decir, que no arroja como resultado suyo ni un bien ni un servicio y que, por tanto, es esencialmente inflacionaria, es decir, tiene carácter de impuesto. Supone una forma de sujeción política-existencial y de ajuste económico. Porque, ¿cual es el objetivo del usurero? Que la deuda nunca se cancele, que no pueda cancelarse, de modo que el deudor no deje de estar sujeto a ella, tributando regularmente. Por tanto, cualquier político que ordene realmente las cuentas de un Estado y lo haga crecer, apuntando a aflojar y eventualmente liberarse de las cadenas del endeudamiento, es visto como un enemigo político existencial por los usureros (que solo le facilitan la cosa a políticos sumisos del establishment como Macri o Massa).
Por tanto, en última instancia, este es el enemigo del gobierno en estado puro, uno práctico, no uno ideológico (“los colectivismos” o “el comunismo”), que tampoco es de cabotaje (los “degenerados fiscales”, que son meros súbditos), sino “el que está a cargo” de ellos: el poder financiero occidental. No hay alineamiento geopolítico que pueda minimizar este problema económico-político de fondo pues en esencia se trata de un poder en buena medida desterritorializado. Por el contrario, cualquier acto de alineamiento es visto por ellos como un gesto de debilidad y, por tanto, no arrojará como resultado “contraprestación” alguna de su parte (como se ve claramente en la negativa del FMI de facilitarle las cosas a un gobierno que sobrecumple sus metas).
Tampoco se puede entablar con él una negociación racional entre iguales o un intercambio de tipo económico en el que pueda haber una lógica donde ambos ganen algo. Precisamente porque en este caso hay una parte que no produce nada, ni rinde cuentas ante nadie, a diferencia de la política o del empresariado. Se trata de una relación de “suma cero”: una relación de poder, donde si uno gana es a expensas del otro. Por último, tampoco se puede formar parte de esa élite voluntariamente, los súbditos políticos de ella son meros “fusibles”, siempre reemplazables una vez que “saltan” como fruto del rechazo de la nación ante la que deben rendir cuentas por traición.
Argentina como un escenario más de la guerra civil occidental
En este nivel de análisis, más general y funcional, la violencia y el descaro con que esta élite impone sus objetivos alrededor del mundo occidental y, algunas internas en su propio seno, han marcado la vuelta de las revoluciones liberal-burguesas del siglo XIX (que fueron revoluciones nacionales), con su idea de poner fin a los privilegios y arbitrariedades del poder feudal (en este caso, neofeudal-financiero) para dar rienda libre a las fuerzas productivas y a la libertad política, de prensa y opinión, etc., pero esta vez bajo un signo cultural más conservador que progresista. Mutatis mutandi, claro. Esta es una tendencia general del mundo occidental, y no algo particular de esta o aquella nación. Ya nos hemos explayado al respecto en el pasado, en la entrada citada al principio de este texto.
En consonancia con ello, el pueblo argentino le encomendó a Javier Milei “motosierra” (versión criolla de la clásica guillotina), y con esa vara será juzgado, de faltarle voluntad política. Frente suyo, los satélites locales del globalismo esperan sentados la oportunidad para aplicarle “motosierra” a él. Su gobierno, por tanto, expresa una fractura interna en la clase política y de la clase política misma con el establishment, que se ve violentado por un recién llegado sin poder propio, que amenaza con trastocarlo todo. Tal como ocurre con Donald Trump, que carga con dos intentos de asesinato, Javier Milei no será perdonado. Pero no van por él: vienen por todos nosotros, como lo comprobamos con todos los gobiernos anteriores.
El Mileísmo como ideología: síntesis soberanista de liberalismo y conservadurismo
En cuanto a las potencialidades y proyecciones, cómo ya apuntamos, el gobierno de Milei vuelve a poner en escena otra vez la contradicción interna del liberalismo político. Es decir, se ve obligado a resolver la paradoja de ser en la práctica una fuerza política estatal que, en teoría, propugna relegar el poder mismo y la autoridad del Estado. Pero también hay un problema cultural en esta contradicción. El liberalismo político, cuando bajamos de las nubes de la ficción contractualista y del interés egoísta de la sociedad civil, fundada en un vínculo económico-contractual, representa un mero formalismo, sin contenido propio en materia política ni en materia cultural (pues arguye que es potestad de los individuos definir su propia identidad y “asociarse libremente”). La paradoja es que ese contenido debe venir en su auxilio de otro lado, si el soberano no quiere elegir la auto-anulación política por cuestiones ideológicas, como consecuencia de dejar el campo intelectual y cultural en manos del enemigo, y por el contrario elige perseverar en el poder sobre bases reales. Estas bases deben ser las de la cultura y la tradición del caso, adoptando una perspectiva soberanista y comunitarista, es decir, conservadora, pero no quietista ni pasatista sino pro-activa pues debe conquistar su estatus de soberano y como diría Maquiavelo mantenere lo stato. Es decir, a la larga, creemos que la opción para el gobierno es “soberanismo o suicidio político”. ¿Por qué? Porque el formalismo en materia política y en materia cultural implica la sumisión ante el status quo progre-globlista que, aunque pierda momentáneamente algunas de sus posiciones en el Estado, sigue conservando financiamiento privado y de gobiernos extranjeros.
Además, la misma sociedad, tras décadas y décadas de bombardeo y manipulación cultural progresista sigue siendo susceptible a la ingeniería social si no se le opone resistencia, es decir, si no se impulsa las cosas en un sentido contrario. La marcha “en defensa de la universidad pública” lo demuestra. Muchas personas creen realmente en el mito iluminista de que la educación equivale a progreso y que el Estado debe financiarlo, y por eso marchan, sin saberlo, para defender las cajas de la política, los sindicatos y los hijos de la agenda 2030. Si no fuera así, la disputa iría más allá del presupuesto. ¿Por qué nadie pregunta por la calidad educativa ni mucho menos por los contenidos?
Claro que el primer problema de esto es que implica tener y conocer esa línea cultural no-liberal, saber la dimensión del enemigo al que se enfrenta, y estar lo suficientemente empapado de esta conciencia estratégica para poder conducir políticamente el propio espacio hacia los objetivos establecidos. No alcanza con la mera verticalidad, aunque es un comienzo. La política brota siempre de un ethos, de una cultura determinada. Y, para mal o para bien, el liberalismo “puro” no tiene o no quiere tener una cultura, por principio. Su individualismo conduce al capricho y, en el peor de los casos, a la corrupción. De modo que, en el fondo, el liberalismo de impronta individualista y ácrata siempre ha sido el padre del progresismo. Su opuesto es el “espíritu de cuerpo”, la disciplina militar traducida al campo de lo político: el verticalismo orgánico de una conducción política seria que sea capaz de interpretar su propio destino histórico-cultural e infundir en su propia organización una unidad de concepción que reduzca la aleatoriedad y la subsiguiente necesidad de estar “apagando incendios accidentales” y disputas de egos todos los días.
El que quiera ver una “crítica” aquí, se equivoca. El que crea que su opinión juega un papel en todo esto, se equivoca. Se trata del poder. Por eso, concluimos que son los hechos mismos los que guían y acabarán guiando las políticas del gobierno, y no tanto la ideología. Es aquí, en la lógica de los hechos mismos, donde se encierra la necesidad de que Milei se constituya personalmente en autoridad estatal, como nuevo Leviatán, superando al menos en la práctica la impotencia ideológica del formalismo republicano tanto como la del “anarcocapitalismo”, en dirección a una derecha conservadora cabal, autocrática, que preserve las libertades del pueblo frente a los embates globalistas y que no regale las banderas de la soberanía y el patriotismo a sus enemigos, que ya destruyeron el país repetidas veces. Mientras no renuncie a su voluntad política el gobierno se verá obligado a pasar del mero liberalismo, de carácter ideológico, al soberanismo Mileísta de carácter efectivo, como realización y superación suya.
El Mileísmo avanza: implementación embrionaria de un gramscismo de derecha
No precisamos que se nos recuerden las contradicciones que pueden subsistir en el propio gobierno. El Estado con que se encuentra es un entramado elefantiásico que lleva cuarenta años de sedimentación y afianzamiento contra nueve meses de un gobierno sin mayoría parlamentaria y una crisis económica de proporción heredada de la gestión anterior. Considerando esta debilidad presente, el gobierno ha dado sobradas muestras de voluntad política en avanzar contra la corriente y construir poder y una política cultural propia. Los resultados son considerables, pero más lo son por los intereses que remueven y el sentido cultural que marcan. No se trata tanto de la foto, como de lo que representan, de su función en relación a la hegemonía del poder financiero global-progresista y de las potencialidades que entrañan. Podemos enumerar algunos de ellos para comprenderlo:
La eliminación del Ministerio de la Mujer y del INADI; el desfinanciamiento de la “cultura” progresista; la eliminación de los intermediarios de los beneficios sociales; la reconfiguración del aparato de inteligencia del Estado, habilitando terminales políticas propias en el campo comunicacional; la expulsión de Vilella que intentó desde el gobierno actual promover la Agenda 2030 en la Secretaría de Agricultura, y de Garro por intentar censurar a los jugadores de la selección; el desfile militar del 9 de julio; el desafío político abierto a Macri, al Círculo Rojo y al FMI con su habitual presión devaluadora; la defensa de la familia y la condena de la ideología de género, con el reconocimiento de los límites biológicos de la sexualidad; el desfinanciamiento del aborto; la creación de la Secretaría de Culto y Civilización con la misión de promover una agenda propia en contraste y en respuesta a la agenda 2030; el abandono del “Pacto del Futuro” de la ONU y del Tratado sobre Pandemias de la OMS, etc.
Todo esto constituye una ratificación de lo que señalamos en la versión anterior de este escrito como necesidad para el gobierno: que Milei use las mismas armas que sus enemigos, si quiere triunfar políticamente. Esas armas de lucha política y cultural son por necesidad armas no liberales: no existen otras. Porque desfinanciar la agenda enemiga es para festejar, pero sin instituir algo alternativo, no sería un remedio efectivo y duradero. Necesitamos institucionalizar un gramscismo de derecha para lo cual se necesita investigar y desarrollar una agenda propia, pero también financiar y darle poder a los propios en materia de comunicación para tener contenidos audiovisuales, educativos, editoriales, académicos y científicos, que instalen esa misma agenda y corran el horizonte de lo posible cada vez más cerca de los propios objetivos de máxima. Por fortuna para todos, no solo el gobierno hace propio este llamado a la Kulturkampf que en la primera versión de este escrito señalábamos necesario, incluso está pensando en una agenda internacional propia, contrapuesta a la Agenda 2030 y/o el Pacto del Futuro. Lo cual, a nuestra opinión, habla muy bien del gobierno y de la claridad de las metas que se está fijando en todos los niveles.
Volviendo al terreno político-electoral, el gobierno entendió que si radicaliza su perfil conservador, culturalmente hablando, y construye verticalmente una fuerte conducción política, bloquea todo intento de armarle una interna por derecha en su propio espacio, estrategia en la que coinciden en su desesperación tanto el macrismo como el peronismo y los grandes medios de comunicación, con algunos tuiteros intransigentes y otros tantos oportunistas que priorizan su construcción personal de imagen por sobre la cohesión de las filas del propio Partido. Hacia la izquierda, si bien el gobierno no tiene ningún desafío serio, hay un punto importante que el gobierno también parece haber entendido: no hay que regalarle las banderas del nacionalismo, de la soberanía, de la industrialización y la defensa de los trabajadores al progre-peronismo que con sus políticas no ha hecho más que entregar el país a agendas extranjeras y al FMI, destruyendo la calidad de vida y los ingresos de los trabajadores.
En caso de seguir articulando todas estas banderas las liberales, las conservadoras y las nacionalistas, sin desatender la genuina cuestión social, que habría que redefinir por fuera de los lugares comunes de la izquierda, recordando el Informe Bialet Massé, el gobierno debería prepararse para gobernar cómodo la próxima década, como mínimo.
Muy brevemente, podemos adelantar que todas las consideraciones hechas oportunamente el año pasado, respecto del rol positivo de las nuevas derechas frente a la hegemonía globalista, desde el punto de vista del interés nacional, siguen vigentes. Y en nuestro país, pese a las contradicciones, desafíos y obstáculos que encuentra la alianza gobernante, observamos que esta ha superado con creces las expectativas que teníamos hace unos meses.
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