Falso soberanismo o "Nación en Armas"
Entrega preliminar de una investigación filosófico-política del concepto de soberanía, desde una perspectiva conservadora y antiglobalista
Uno de los temas que más nos ocupa en el Instituto es el de la soberanía. Atendiendo a la caracterización del momento internacional que vivimos, hecha en una de nuestras primeras entradas, esta cuestión supone una necesaria divisoria de aguas respecto del globalismo, es decir, de los sectores que plantean condicionamientos crecientes y restricciones al concepto moderno de la soberanía y la no-injerencia en los asuntos internos de cada Estado. Su propuesta consiste en coordinar la estandarización de una serie de medidas de “gobernanza global” promovidas desde organismos multilaterales, con la excusa de que hay problemáticas internacionales de urgencia que así lo demandan (“pandemias”, “cambio climático”, “crisis migratorias”, “seguridad alimentaria”, “salud reproductiva”, planificación familiar”, etc.). La peculiaridad de lo que ocurre en nuestro país es que los que se reclaman sonoramente más preocupados por la soberanía nacional son los que defienden la aplicación de estas mismas agendas globalistas. Estando pues el tema en boca de muchos, pero en un contexto de poca honestidad y poca claridad, cabe comenzar desentrañando qué es lo que se dice acerca de la soberanía y dejar para una segunda entrega un abordaje más conceptual.
La concepción más extendida en nuestro país al respecto es la que se ha denominado, en una entrada anterior de este sitio, soberanismo patrimonial, y en ella concentraremos nuestra atención reelaborando aquellas intuiciones con mayor profundidad. Consiste en considerar que el problema de la soberanía pasa centralmente por la "defensa" de las empresas del Estado y sus recursos o derechos de explotación. La soberanía como tal parece ser un atributo que va de la mano del volumen de recursos del que es dueño el Estado. Por fuera de ello, esta concepción pierde intensidad y se confunde con el formalismo de cuño diplomático y legalista que considera que la soberanía es un atributo o un “derecho” de cualquier Estado, en tanto representa la máxima autoridad dentro del territorio de una nación. Desde allí se argumenta en favor de la Causa Malvinas en los foros internacionales, por ejemplo, pero sin abordarla con ojos geopolíticos, atentos al instrumento militar disuasivo, ni mucho menos. Hecha esta breve aclaración, cabe resaltar que lo peculiar del soberanismo patrimonial es aquella idea de que defender los recursos del Estado y desarrollar su potencialidad patrimonial desde un punto de vista empresario redundaría en un beneficio directo para el pueblo, un beneficio que el sector privado no podría proveer ni garantizar. Esta visión permite cautivar políticamente a sectores desprevenidos del nacionalismo, del peronismo y, al mismo tiempo, a cierta izquierda y al progresismo, pues todos ellos comparten, con importantes matices que no vienen al caso, que el desarrollo del país solo puede lograrse si lo conduce y planifica el Estado. Y aquí no discutimos que pueda tener razón alguno de ellos, desde un punto de vista exclusivamente técnico económico. Lo que queremos subrayar es que el discurso economicista del soberanismo patrimonial invierte prioridades en el terreno político en lo referente al tema de la soberanía, pues toma la parte por el todo en un desplazamiento típicamente retórico, que constituye además una falacia desde el punto de vista lógico. Con ello, el mero desarrollismo gana una apariencia de patriotismo que, en realidad, no tiene o no debería tener. ¿Por qué? Porque el quid de la cuestión es que este soberanismo patrimonial rara vez hace hincapié en lo que antaño fuera el meollo de la cuestión, y que diera origen al planteo, de lo que hoy conocemos como “intervención del Estado en la economía”: una concepción integral de la Defensa y las Relaciones Internacionales. Y que, por supuesto, es vital para la cuestión de la soberanía. Lo cual plantea una contradicción evidente: los mismos que gritan “la patria no se vende” poco y nada dicen de las industrias de la defensa o de la reconstrucción de las fuerzas armadas, por ejemplo, que hacen a la cuestión de la soberanía en forma mucho más directa que la propiedad del cine Gaumont. E insistimos: no es un problema de mera “acentuación”, o de ocasional “olvido”, sino un problema estratégico, lógico y político que responde a intereses formados política y económicamente en torno a los sectores involucrados (partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales, corrientes religiosas, ong derechohumanistas). Pero también a una falsa conciencia formada en torno a ello (una ideología, entendida en el sentido de que impide representar realmente el propio lugar en las relaciones sociales). Esta ideología de aparente soberanismo desvía y/o impide el tratamiento troncal del problema de la soberanía en cuanto concepto estratégico integral y, al mismo tiempo, lo que es más importante, el abordaje de políticas concretas para enfrentar el tema en la práctica. ¿O no es acaso la máxima expresión de soberanía el tener un pueblo en armas dispuesto a defender su libertad de toda injerencia y ocupación extranjera, con una conciencia estratégica y geopolítica propia y las alianzas internacionales que lo permitan sostener? Por supuesto los recursos son muy importantes en ese orden de cosas y para ese mismo fin, y de allí que eximios militares nacionalistas recomendaron en su momento que el Estado participe de la cadena de producción de recursos estratégicos para sostener un esfuerzo militar, porque en ese momento ya teníamos casi todo lo otro. Lo repetimos: aunque la propiedad de recursos estratégicos desde el punto de vista de la defensa constituyan elementos auxiliares sumamente importantes dentro de un planeamiento serio del asunto, en modo alguno son determinantes de la soberanía por sí mismos, ni mucho menos lo único a considerar.
La idea-fuerza prusiana de “la Nación en armas” hoy sonaría demasiado estridente para los oídos suaves de estos falsos soberanistas que consideran que la Patria se podría vender, pues la piensan como un bien económico, un patrimonio a ser administrado por ellos en tanto casta burocrática. Pero vale recordar que fue en el seno del nacionalismo militar de la primera mitad del siglo XX que surgió el proyecto político de Perón como escisión suya, tal como se refleja por ejemplo en su excelente conferencia Significado de la defensa nacional desde el punto de vista militar. Sin embargo, el trágico divorcio entre las fuerzas armadas y el peronismo, entre otros factores, condenó a este movimiento político de masas a devenir con el tiempo dependiente y eunuco, aliándose a enemigos históricos de las FF.AA., careciendo de las condiciones para realizar aquello que declama y, lo peor de todo, volviéndose representante de la sumisión al extranjero.
¿Puede haber acaso soberanía sin “Nación en armas”? ¿Cómo es que “la patria no se vende” pero podemos abrazar el invierno demográfico de la mano del aborto y la ideología de género, siendo la población un recurso esencial para el ejercicio de la soberanía? Mucho más importante que una empresa extranjera se quede con el petróleo o la explotación minera es que exista quien quiera y pueda defender a la Patria. Por una cosa se llega a la otra, pero no al revés. El material humano progre-peronista por su parte pretende “defender la soberanía” al mismo tiempo que le resulta alérgica no solo la idea de hacer el servicio militar o de que lo hagan sus hijos, sino hasta tener hijos e incluso comer carne. ¿Para qué quieren una petrolera estatal si creen en el verso del cambio climático? Nosotros, para los tanques.
Un argumento final contra el soberanismo patrimonial es que la existencia de empresas públicas tales como YPF, ARSAT, TV Pública o Aerolíneas Argentinas no impidió que durante los últimos diez años seamos en los hechos vasallos del FMI y demás acreedores de la deuda externa, que tengamos una base china y un radar británico en nuestra Patagonia, ni tampoco que falten más de 245.015 argentinos abortados o que más de la mitad del país sea pobre gracias a la inflación macri-kirchnero-massista, sin que sus sindicatos ni “movimientos sociales” hicieran paros o clamaran por la Patria hasta perder las elecciones su candidato, claro. Guste más o menos, difícilmente el de Milei pueda ser peor que el gobierno anterior, al que no se le puede rescatar ni una sola cosa. Además, no hay que perder de vista que los problemas se atacan desde sus causas, arrancándolos de raíz, y la causa de los problemas actuales son exclusivamente responsabilidad de la traición progre-peronista, sistemática y hasta el último día, al pueblo y a la Patria.
Por último, el hecho mismo de que la clase política traidora responsable de todo esto (incluyendo por supuesto a todo el radicalismo, el macrismo y los peronismos provinciales) esté en contra de que se privaticen las empresas públicas antes mencionadas indica la poca importancia real que tienen para la cuestión de la soberanía: ninguna de ellas nos ha hecho más soberanos, quizá precisamente por eso el establishment político las utiliza como moneda de cambio de sus negociaciones espurias con el gobierno. Si fuera de otro modo, no lo harían. Por ejemplo, nadie politiquea con la más visible cadena económica que somete al país: el pago religioso e incuestionable de la deuda externa de la Casta. De investigar o suspender el pago de tamaño fraude se habla tan poco como de la necesidad de armarse hasta los dientes y de poblar el país de hombres sanos y fuertes.