La ley del más fuerte
Lejos del letargo y el sueño, vaya novedad, hay un mundo impiadoso con las creencias trasnochadas de los que no se animan a despertar
“Por eso te digo que la justicia no es otra cosa sino el interés del más fuerte”.
Camarada Trasímaco (República, 338c)
Ya ha pasado un año desde que en nuestro país se diera un auténtico cambio de paradigma. Lo que a algunos parece una disrupción política de difícil explicación, una suerte de cataclismo, en realidad fue la irrupción de una Argentina inadvertida por la hegemonía progre-peronista, pero que estaba allí hace años. Esto puede comprenderse y aceptarse o no. De ello depende, a nuestro juicio, gozar de mayoría de edad política. En otras palabras, atravesar el umbral de conciencia mínimo para poder plantearse una posición política con prospectiva en el momento actual. Porque le pese a quien le pese lo que llamamos realidad está tramado política y socialmente, y la voluntad del pueblo argentino demostró no coincidir con el consenso forzoso que intentó imponerle el progre-peronismo.
Aprovechamos para dejar dicho que los que parados desde una posición presuntamente crítica del progre-peronismo, “nacionalista” y/o peronista más o menos “ortodoxa”, siguen todavía intentando “rescatar” a los fragmentos nauseabundos del Antiguo Régimen, obsesionados con sus expresiones de siempre y con sus internas, no merecen ya nuestro respeto. En verdad, les perdimos todo respeto desde que, a coro, llamaron a votar por Massa haciéndose los compungidos por “el avance de la derecha”. Todos demostraron tener un precio y formar parte, cultural y políticamente, del pasado. Moreno, Ayerbe, Cuneo, etc., todos cornudos y vigilantes. Lo sorprendente es que incluso los mejores entre ustedes, habiendo pasado un año, todavía insisten, con el barco hundido, en hacer entrar en razón al capitán que lo chocó. De bajarse del barco ni hablemos. No sólo se acostumbraron a perder, sino que se regodean en el lamento. Aducen entre lágrimas estar del lado correcto de “la línea histórica nacional”, poner por delante la solidaridad con los más humildes, defender la comunidad por sobre el interés individual y, cuando no, abrazar la “unidad nacional”. ¡Qué buenos que son! Lo malo es que les importa más “ser buenos” dentro de sus propios estándares cogidos antes que vivir con los pies sobre la tierra, como hombres. Por eso están todo el tiempo “construyendo puentes y no muros”, dialogando con el progresismo en lugar de aprovechar su debacle para sacárselos de encima y armar algo con un perfil ideológico propio, si es cierto que son distintos. Pero la verdad es que, en el fondo, son lo mismo, desde Grabois hasta Biondini, y tampoco es que los echemos de menos desde este lado.
¿Qué les falta? Libertad. Todavía no entendieron que la voluntad es más fuerte que cualquier condicionamiento externo, que hay elementos en la naturaleza humana que no pueden ser domesticados por ninguna ideología, que la mayoría del pueblo argentino no es una hibridación indoamericana sin orígenes ni destino claro, adormecida en la indefinición propia de elementos vaporosamente genéricos, un término medio entre extremos... Y no nos apena que no vean a la Argentina que vemos nosotros, porque lo que quod natura non dat, Salmantica non præstat. Ustedes, en lugar de redoblar la apuesta e ir más lejos que el gobierno en la denuncia de la agenda progre-globalista, demostraron que solo saben retroceder, moderarse, expresar sus opiniones con preguntas retóricas y hablar para emasculados con lecturas de más.
Por suerte, no hay una sola Argentina. Y mucho menos la única Argentina es la soñada por los pastores rosistas del “nacionalismo” argentino. Aunque estos fetichistas pretenden identificar la nación y el interés nacional con sus constructos ideológicos o incluso se neurotizan, celándose entre sí, por adecuarse rígidamente a lo que sus manuales, cual Billiken, dicen que somos, la verdad es que ninguna realidad histórica existe como algo fijo y que como histórica que es permanece abierta a ser recreada y redefinida por la voluntad libérrima de los hombres. Argentina a la larga será lo que el más fuerte, o sea, el más libre, decida que debe ser y nada más. Y el argentino más fuerte y más libre hoy es Javier Milei, ¡alabado sea!
No habiendo ninguno de ustedes que diera el salto al vacío y realmente peleara por sus ideas en lugar de intentar moderarlas para gusto de trolos y académicos con sabor a nada, llegaron al poder los que sí pelearon contra viento y marea, y se pusieron a la vanguardia de un pueblo harto. “Ay, pero los liberales-libertarios son sionistas, atlantistas, usureros, cipayos y procesistas”. Ponele, pero son infinitamente mejores que todos ustedes, sencillamente porque son más jóvenes y más valientes. Cualidades biológicas que no se enseñan. Por eso nosotros, viniendo posiblemente de las antípodas del espectro ideológico del Javo, en el Instituto Trasímaco cerramos filas con las Fuerzas del Cielo hasta que no quede ni un solo ladrillo que sea progre-peronista.
Ave Miller!
Fiat iustitia, ruat caelum!